martes, 22 de septiembre de 2009

El misterioso caso de las ropas usadas




El misterioso caso de las ropas usadas


Finalmente hay alguien feliz en la república: los productores de textiles que han reaccionado con justificada alegría ante el anuncio del Director General de Aduanas de la próxima aplicación de una ley de 1973 que prohíbe la importación de ropas usadas.

Digo justificada porque evidentemente les quitaría del mercado un fuerte competidor de ropas de alta calidad y muy baratas. Y según los empresarios, ello permitirá que se mantengan los miles de empleos que generan. Un argumento muy manido que siempre me induce a pensar que los empresarios se olvidan de dos cosas. La primera es el libre mercado, que piden cuando se trata de alguna disposición estatal lesiva. Y la segunda de sus propias ganancias, que también bajarían junto con los empleos (de hecho sin empleos no hay ganancias) pero que asombrosamente los empresarios nunca mencionan, lo que puede deberse, pienso yo, a una alta sensibilidad social que aun debemos descubrir; o a los buenos modales del gremio que les impide hablar de trivialidades mercuriales en público.

Para la mayor parte de la opinión pública el comercio de ropas usadas se asocia con Haití. Incluso se dice que son donaciones que los haitianos reciben y que venden aquí para poder comprar alimentos. Pero ello es solo parcialmente cierto, y no de la manera como lo imaginamos regularmente. Aunque efectivamente hay ropas usadas que son proveídas por comerciantes haitianas (en Dajabón es muy usual), me temo que la mayor parte no lo es.

Es un tema complicado, y para comprobarlo observen que en las escrupulosas estadísticas del CEI, RD aparece exportando a Haití varios millones de dólares de ropas usadas (es decir, al revés de lo que pensamos) y una buena parte de ella pasa por el angosto e incomunicado paso de Anse a Pitre, lo cual es físicamente poco probable. Y es que una cuota muy alta de la ropa usada que se vende en el país y que oficialmente proviene de Haití en verdad nunca pisa suelo haitiano. Se trata de ropas y tejidos que llegan a las zonas francas dominicanas y como legalmente no pueden ser vendidas en el mercado nacional, supuestamente pasan a Haití y retornan, formalidad que se cumple pagando las aduanas respectivas.

En algunos casos estos comerciantes de ropas aprovechan una serie de ventajas fiscales que se han establecido para este comercio, mediante un reglamento de aduanas que asombrosamente, y por décadas, ha prevalecido sobre la propia ley.

Pero también hay casos en que los pobladores de la frontera han echado mano de estas ventajas fiscales para instalar pequeñas empresas y cooperativas que les han permitido sobrevivir. El caso más conocido es el de ASOMUNEDA (Asociación de Mujeres Nueva Esperanza de Dajabón) que agrupa decenas de miembras y desarrolla una serie de acciones sociales de gran impacto en la comunidad. Las integrantes de Asomuneda compran las pacas de ropas en Ouanaminthe, con lo cual las mujeres del poblado haitiano obtienen algunos recursos que invierten, entre otras cosas, en compra alimentos en Dajabón los días de feria.

Cuando en el año 2003 se dio el último intento de restablecer “el imperio de la ley”, Dajabón se alzó en protestas, como solamente saben hacerlo las comunidades linieras cuando sienten que las atacan. Y que obligó al entonces director de Aduana a retroceder en su iniciativa e incluso visitar Dajabón para negociar con la briosa sociedad local algún arreglo honorable.

En otros lugares, sin embargo, donde había menor nivel de organización, decenas de mujeres comerciantes quebraron, arrastrando a sus familias a la pobreza. Algunas tuvieron que vender sus pequeñas casas para pagar las deudas. Solo sobrevivieron los más fuertes, cuando tras unos meses de prohibición, fue restablecido este comercio.

A esta consideración debemos agregar otra relacionada con el consumo. La mayoría de las familias pobres dominicanas –y no tan pobres- se viste con ropas usadas, lo que implica grandes ahorros para las escuálidas economías domésticas. En un estudio realizado en Dajabón, por ejemplo, el consumo de ropas y tejidos usados significaba para las familias trabajadoras un ahorro de unos 420 pesos mensuales, una cifra muy alta si asumimos que los ingresos promedios mensuales no pasaban de 6 mil pesos.

Por eso que ahora, cuando vemos la felicidad de los productores de ropas, debemos mirar hacia atrás y analizar que fueron ellos los únicos felices en el 2003, pero que la felicidad de pocos se tradujo en la infelicidad de muchos y por eso no pudo durar.

Recordar otra vez que nuestros productores requieren protección, pero no de esta manera, sino apoyando la actividad productiva.

Y finalmente recordar que la frontera necesita de una legislación firme y perdurable exenta de estos vaivenes que son reafirmaciones de la autoridad para algunos. Pero para otros, la mayoría, causas de ruinas, más pobreza y frustraciones sin retroceso

Articulo escrito por: Haroldo Dilla Alfonso
Publicado en este blog Por: Marcial Figuereo

No hay comentarios: